¿Y qué quieres que te diga? Hay muchas cosas en esta vida que no me
interesan, por mucho que lo intentes. Y menos aún si tengo que sufrirte
mientras hablas.
La última película de Stallone ya me parece una basura, así que
deja de vendérmela como una maravilla técnica de la fotografía. No lo
es. Lo que la OMS piensa del jamón serrano de mi padre y de mi padre por
comerlo no me quita el sueño ni los post de Facebook. Me quita la fe en
la humanidad. El vestido que cambiaba de color sólo era un balance de
blancos mal hecho, idiota. Todas y cada una de las parrafadas que te
montas en las redes sociales defendiendo animalitos me dan pena. Por ti.
Y así podría seguir hasta que te ofendieras lo suficiente, que lo
harás. Cuando me defiendas lo importante que es aprender un tercer o
cuarto idioma, la de niños pobres que salvas al día por ser vegano. Y
bostece. Lo buena persona que eres por gritar a los cuatro vientos que
estás en contra del consumismo. Desde tu Iphone. Te ofenderás también
cuando disertes sobre la manipulación mediática y yo sólo levante una
ceja. De indiferencia total. Quizá sonría cuando me cuentes los enormes
beneficios del tofu y lo sencillo que es criarlo en el congelador.
Sonreiré porque ese hueco que tú reservas, lo tengo yo lleno de hielo
para los cubatas.
La tauromaquia, el aborto, la legalización de las drogas blandas,
Ciudadanos, las subvenciones públicas a los equipos de fútbol, las leyes
antitabaco, los transgénicos, la aplicación para móvil definitiva,
aquel plato de aquel restaurante, aquella película checa sin subtítulos,
el maquillaje con productos naturales, tu último viaje a Bulgaria y lo
que tu suegro piensa de la OTAN.
Esta respuesta te la guardas, que me vale para todas nuestras
conversaciones, cualquiera de ellas. Y la sacas cada vez que necesites
ofenderte un poco más antes de enlazar con el siguiente tópico manido
con el que, vaya, no vas a sorprender a nadie. Mira, presta atención,
sólo te lo diré una vez.
“Yo es que soy más de follar”.
Puedes citarme.
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